De niño jamás creí en papá Noel, por más que obvias razones.
Lo que no quería decir que no fuese tan inocente como cualquiera que tuviese tres años. Pues en lugar hacerlo, había decidido creer, quien sabe por qué, en ser un príncipe. Una creencia que solo se había visto reforzada por mi círculo familiar cercano. Sobre todo por mi padre, que además de confirmarlo siempre que se lo preguntaba, aseguraba ser mi leal súbdito y caballo.
¡Ha caballo!
¿Y mi castillo? ¡Pues todo príncipe que se precie de serlo ha de tener uno, además de súbdito y caballo! Aunque jamás había pensado en ello. No, hasta que un día a bermejo, que aferraba con firmeza de las crines, se le ocurriera preguntármelo.
_ ¿Mi castillo papá? ¡Mi castillo es aquél! ¡Aquél de alta estampa, allá a lo lejos!
_ ¿Dónde hijo?
_ ¡Allá! ¿Que no lo veis? ¡En medio de la explanada! ¡Aquél de tres plantas de alto y una torre a medio levantar enchapada en yeso blanco!
_ ¿Que dices hijo?
_ ¡Si papá!, ¿no podéis verlo acaso? ¡Ahí están mis súbditos, que son unos niños huérfanos…y me esperan papá! ¡Me esperan papá! Podemos cavar hoyos en los patios sin que nadie nos diga que está mal hacerlo y podemos jugar en el esqueleto de la torre. ¿Sabes por qué la torre está a medio levantar papá?
_ ¿Por qué hijo?
_ ¡Porque así es más divertido jugar! pero no se lo digas a nadie papá.
_No hijo.
_ ¡Y papá y mis súbditos me están esperando! ¡Debo irme a jugar con ellos!
_No hijo no puedes irte.
_ ¡Si! ¡Debo irme papá, es necesario que lo haga y os deje a ustedes! ¡Ellos me esperan papá! ¡Están tristes papá! ¡Me esperan!
¿Por qué lloras papá?
_No eres un príncipe
_ ¡Si! ¡Si lo soy papá! ¿tú me lo has dicho recuerdas? ¡Te lo ordeno! ¡Suéltame papá! ¡Soy un príncipe y debo y he de dejaros! ¿Por qué me pegas papá? ¡Suéltame, soy un príncipe y debo dejaros!
OROMINAVI
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