Hoy cuando me veo tan feliz, mi bella,
debo mirar abajo y reconocer,
todo lo grande que es Dios,
y "la altura" que nos ha dado
para agradecer su obra.
Ante la inaceptable soledad,
he podido conocerme bien
para adorarte como a más nadie;
y con solo pensarte, se esfuman
los insanos pensamientos
que asaltan mi tranquilidad.
Mis bálsamos han sido tú y la poesía.
Por ti, no siento las espinas de las rosas
que aquella ingrata mujer me dejó,
y por la que llegué a creer
que siempre tienen espinas
las flores más hermosas.
Cuando estás conmigo, hermosa mía,
recobro mi alegría y mi balance de afectos;
el sol muestra en arrebol sus mejores galas
y viste de colores mi árbol de emociones.
ABEL RIVERA GARCÍA
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