Mi cabeza se dedicaba a dejar pasar los días, plácida.
La hoguera de las vanidades era un agujero negro por el que pasar en equilibrio sobre una cuerda.
Mi cabeza era una perfecta sucesión de palabras que hacía feliz mis instantes de lucidez.
La hoguera de las vanidades era todo menos vanidad pero podía parecer un montón de coágulos de fuego frío.
Mi cabeza dejó de ser joven, dejó de ser una sucesión de errores para ser pura incandescencia.
La hoguera de las vanidades era como una ciudad desconocida escondida entre los pliegues del alma.
Mi plácida cabeza.
Tú, plácida hoguera de las vanidades.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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Hace 9 horas
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