La luna que yo quise
me la robó un gitano
y la vendió por dos cuartos
a un famoso torero
que se la colgó del pecho
antes de la corrida
para que la viera el toro.
El toro al ver la luna
sin hacer caso del capote
buscó el pecho del torero
y le hirió de muerte.
De sangre se llenó la arena
del soberbio matador
que quiso poseer la luna
y fue poseído por la muerte.
En sus afilados cuernos el toro
se llevó la luna y la paseó
por la plaza exigiendo
para ella pañuelos blancos y ovación.
Suenan clarines de muerte.
La luna salta al ruedo
y en la arena queda quieta
mientras toro y torero agonizan.
Ya no tiene dueño la luna.
Ya está otra vez sola
alumbrando desde el cielo
las silenciosas noches.
JOSÉ LUIS RUBIO
DE FACEBOOK - 6136 - HACE OCHO AÑOS
Hace 1 hora
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