Aun a riesgo de parecer rebelde, soñadora, académica o reiterativa, a Irene le encanta construir su propio diccionario. Y así, una a una –como hiciera su abuelo en aquel relato de Faustina-, inventa definiciones en función de las vivencias que ha tenido:
Amistad: Tenerse sin verse.
Celos: Odiar como si se amara.
Clima: Tema que solo sirve para llenar un vacío incómodo en cualquier conversación.
Estrella: Rosa en el jardín de la noche.
Gracias: Palabra maravillosa con la que mostramos nuestro afecto ante cualquier atención dispensada. Solemos usarla de menos. Solo se usa de más después de que alguien nos diga ¡te quiero!
Historia: Sucesión de hechos contados de tal forma que los tuyos son siempre los buenos.
Improvisación: Vicio consistente en hacer algo cuando hay que hacer algo, aunque no sea exactamente lo que haya que hacer.
Música: Antídoto de la nada.
Paraguas: Hongo de ciudad que impide que se mojen nuestras ilusiones secas.
Prevención: Investigación sistematizada de un error para evitar que vuelva a repetirse. Por definición, no tienen validez en el mundo de los sentimientos. Aquí los errores siempre se repiten.
Raro: Todo aquello que me disgusta.
Secreto: Verdad compartida en confidencia, que tarde o temprano se descubrirá.
Utopía: Teoría que está muy bien, si no fuera porque suele quedarse en la teoría.
Vida: Tiempo que me queda por vivir.
Y es que, con frecuencia, reinventar una palabra es la mejor manera de definirla.
Párrafo perteneciente al capítulo Goles de paz, incluido en el libro Siete paraguas al sol.
MANUEL CORTÉS BLANCO
miércoles, 23 de octubre de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario