con un hondo latir que me acompaña,
como el aliento de cualquier hazaña,
por asfaltos, veredas y arenales.
Son tus músculos rayos de chacales
fieros, hervor que a la pasión ataña,
nudos vivos de indómita montaña
con pulpa de pensiles celestiales.
En tu sangre quedaron dulcemente
las huellas indelebles de mi infancia
y de una juventud, fruta madura,
que pasó demasiado diligente.
Mas, aunque se esfumó aquella abundancia,
nuestra vieja amistad es hoy más pura.
Carlos Benítez Villodres. España
Publicado en la revista Oriflama 22
No hay comentarios:
Publicar un comentario