Escuché desde muy niña, cómo, una inmensa cadena solía arrastrar mis miedos, mis angustias como espectros en pena, en noches de luna llena, cuando los perros aullaban como lobos hambrientos y los gatos saltaban por el tejado sin lluvia y sin canto. Y a pesar de los cómplices expresos: biogenética, medio ambiente familiar y social, donde las trabas psico-rígidas imponen inhibiciones que erigen los miedos, las trampas, las fobias, concebí un álter-ego fiel que fue cumpliendo años junto a mí.
Y explota en tinta, acrílico, verso o llanto a su discreción unas veces; otras, se cree la reina del lugar. La bailarina deseada y deseosa de exponer su arte en escena. La amiga fiel de ellos y ellas. La consejera, la amante, la hija, la madre… Unas veces se encierra en su piel… Otras, se abre al mundo incomprensible que creyó, como todos a su edad, que era suyo. Yo solo soy su templo.
Y aprendí que esos fantasmas infantiles que se posan encima del velo blanco y laxo; cubriendo toda la cama caliente y de perfume de lino recién lavado nunca limaron los temores sino que me ayudaron a trascenderlos. Y que el amor y desamor fueron temas reprobados pero nunca desestimados. Ellos me ayudaron a reír, a gozar, a vivir mis pasiones y a llorar mis penas. Lloré tanto, que las lágrimas quedaron presas en mi retina. Que lloré, incluso, en el vientre de mi madre.
Los ángeles, las brujas, los gnomos me visitaban cada noche; pero no lo advertí hasta que me compré una paleta de colores: acrílicos, pinceles y un lienzo… y comencé a pintar; a pintar en abstractos que luego tomaban formas especiales. Siempre sentí una mano que me guiaba en el lienzo, siempre escuché una voz que me dictaba los versos; siempre me sentí visitada, protegida y poseída, sólo en esos momentos que los creadores llaman, estados de gracia.
Esos fantasmas conviven con mi personalidad fragmentada, reñida con lo real, divorciada de lo común. Nadie presta atención a los amigos invisibles de los niños, pero existen; Yo lo supe desde siempre.
Hoy quiero desnudar todas las miserias humanas que como olas rabiosas excreto como catarsis. Son máscaras viciadas. Y mis fantasmas crecen conmigo, y mueren por mí, antes y después… Me dan vida y me la quitan.
Y otras veces, esos mismos fantasmas, llenos de luz, convertidos en hadas, nomos, musas, ángeles… nos premian con sabiduría, sólo hay que aprender a ver el más allá que está frente a nuestro tercer ojo.
Elizabeth Quezada
Publicado en el blog lunadesalymiel
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