domingo, 28 de julio de 2013

EPÍLOGO (4)

Sintomatología

El peor enemigo es el que vuelve. Hasta una persona cuerda puede entenderse, de pronto, prisionera de una noria. Enemigo interior, bomba de tiempo plantada por alguien cercano. En la ciudad se está al tanto de que todo es irremediable. Todo se sabe. No está loca la gente que habla sola por la calle; habla sola porque es sola.
Concurre el síntoma, cunde el desánimo. Pero nadie escapa. Cae la bomba como cae la luz.
        No es raro que perdamos el cuerpo y nos arreglemos con pedazos, algunos recuerdos de cuando el cuerpo, entre otras cosas, era nuestro a través de otros cuerpos. Los caracteres se reconstruyen. Lo que otros entierran allá y aquí, acá busca la vista. A menudo es casi cuanto se ve.
        El pasado es monstruo grande, pisa fuerte y reina en ese país que habitamos. Ese país que habitamos es adonde nos entierran. Aquí es donde nos enterramos nosotros mismos.
        El presente es inmenso e imperioso como pocas cuestiones lo son, sin embargo no podemos dejar de habitarlo en el pasado.
        Por su parte, el loco nunca pone nombres; usa apodos inconvenientes. Elide. El maníaco no añora, vive su manía. En cualquier lengua, de cualquier edad, es peor que sí mismo; arrastra lo insepulto. Desde su cordura, R. R. también elide. ¿Acaso hay otro lado? Se refiere. Ve y señala. Hagasé cargo cada cual, dice con el espejo en las manos. Mire, entienda, cada cual. Tanto tememos ser nada más que cada uno.
        R. R. nos ha ayudado a confesar. Si no le creemos podemos volver, a leer de nuevo sus fotografías.

Oremos

       Cuando no podemos acariciar, agredimos. Cuando no podemos amar, odiamos. Quien no alcanza a ser libre se vuelve carcelero, de sí u otros. Sempiternos fracasados aspirantes.
      A falta de animales sueltos en la ciudad, unos personajes se dedican a la interinidad. Referencias necesarias si pretendemos humanización también en el averno.
       Somos fauna. A falta de piedad, humor. R. R. nos lleva de la manito a que miremos. No reflexiona. Espera que reflexionemos. Espera oírnos. Sus ojos brillan porque tiende el oído y escucha la tensa cuerda que sube y baja. Maneja una ventana. Sueña en el silencio, que un punto perdura, más allá de todo, donde somos completamente humanos.
       Delgada línea que sube y baja, la cuerda de al lado, la cordura. ¿Se la puede tañer? ¿Se la podrá tañer? Tienta, como toda cuerda.
       Es lindo oír una musiquita; sentirnos comprensivos, comprendidos… algo pío.

Epílogo de Simón Esain para la edición electrónica del libro “Muestra en Prosa” de Rolando Revagliatti y para la re-edición en soporte papel.
                                                                                   

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