Ya no siento las manos, tan vacías;
todo perdido, arena entre los dedos,
racimos de pedrisco en los viñedos,
agua en cesto de mimbres, cobardías.
Ya ni de mí saben llenarse; hay días
en que mis pasos vacilantes, quedos,
las buscan en la hondura de los miedos,
a través de sus vastas galerías.
Saben que están allí, bajo la oscura
capa de olvido, agobio y amargura
de cuantos maduraron su fracaso.
Mas no se dejan ver; manos esquivas
que en sombra de ataúd se entierran vivas,
por no atreverse ni a ofrecer un vaso.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-
miércoles, 23 de mayo de 2012
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