martes, 21 de mayo de 2019
POETAS ROMÁNTICOS INGLESES: CANTO XXVIII
El poeta compite con otros artistas en el afán de perpetuar
la impresión de la belleza. Pero la palabra es sin lugar a dudas
el medio más apropiado para que permanezca viva y se difunda
a lo largo del tiempo.
Un cuadro donde tu rutilante
y provocadora belleza se mostrara,
como pulsera del deseo, o egregio
triunfo plasmado con pinceles
al que los ojos fueran a saciarse,
no podría resistir las mohosas
dentelladas de la decadencia
ni las cenizas que tercamente
porta el desfile de las estaciones,
empañando tu imagen sobre el óleo.
Una estatua de mármol o alabastro
en la que el artista
hubiera detenido el esplendor
de tu cuerpo de hetaira,
erigida en macizo pedestal,
sufriría la erosión de los hielos,
del viento y de la lluvia,
y tal vez acabase
a la vista de los hombres
con el borrado rostro de una esfinge.
Un templo levantado
en lo más alto de una acrópolis,
con la llama prendida
en adoración a tu memoria,
no estaría libre de los cataclismos
que conmocionan la osamenta
del mundo, ni los tumultos humanos
lo respetarían y aún menos
la guerra, que entre malolientes
cohortes de ratas lo descompone todo.
Recuérdalo, Divina: la mejor
forma de preservarte para lo venidero,
de convertirte en inmortal,
es la tinta que sangra en estos versos,
que fluye como arroyo constante
y a resguardo conserva tu esmeralda
de las garras del Tiempo codicioso,
y el más perenne monumento
es mi latido, al que ni la muerte
puede arrancar de lo que ha soñado para ti.
RAFAEL SIMARRO SÁNCHEZ -Ciudad Real-
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