Voy entretejiendo mi audaz destino
como araña que su tela teje,
pues quiero regalarle mi cariño
quiero que jamás de mí se aleje.
Que sepa que suspiro por sus ojos
que son la luz del firmamento
y, aunque se apaguen todas las estrellas,
ella brillará en mi pensamiento.
Que lloro cuando ella está herida,
que sufro cuando está indiferente;
pero qué importa todo,
si atrapada la tengo en mi mente.
A veces me siento un trovador,
un Cid vencedor de mil batallas;
pero... cuando la veo
¡por Dios!, su mirada de diosa, me calla.
Entonces, quiero conquistar la rosa
del iris, de sus hechiceros ojos
para develar ese misterio
que palpita en sus labios rojos.
Y cayendo de rodillas, mi plegaria
elevo como amapola fresca
que trasunte todas las estrellas
para que a mí, solo pertenezca.
Pues, tanto es mi amor por ella,
tanta mi pasión, mi ruego
que a la divinidad del cielo, ruego
jamás me clave su dolor.
En ella pienso, tan solo en ella,
en ella vivo porque es mi suerte;
si algún día, ella se apagara
por Dios prefiero... ¡la tirana muerte!
Juan Elmer Caicedo Niquén
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