Estaba sordo. Lo lamento.
No atinaba a escuchar la música.
La que es suma de todos los tiempos.
La que se repite y repite a medida que se crea.
Tú y yo estuvimos apiñados ahí.
Cuando hacíamos parte de ese todo.
Dentro del puño que de pronto se abrió.
Encendió la chispa y nos dimos a crecernos.
-Todos los que somos uno, estábamos ahí.-
Un día nos reencontramos sin reconocernos.
Para escuchar esa música que agitan las estrellas.
Pero seguía sordo para ella. Lo lamento.
De haberla percibido habría endulzado tu café.
Te hubiera llevado a la playa para que lavaras tus pies.
A tus símbolos, no los hubiera violentado.
No hubiera empañado tus ojos.
Pero ya no estás. Y ahora que puedo escucharte, ya no me sirve.
Jaime Arturo Martínez Salgado
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