I
Cuánto tiempo ha de pasar
otoñando en el cáliz de la furia
que bebemos a diario
míseros cotidianos
obsecuentes sin serlo
obedientes sin grado
cómplices sin quererlo
cómo decir feliz cuando la llama nueva
apaga su potestad naciente en los residuos
y se embolsa en la lluvia de nailon y cartones
anticipado féretro.
Salpicada de lodo y sangre prójima
de corazones pálidos, así está la palabra,
una inútil bendición de preciosismos
un Hybris académico
la “altiva”
Pero no, el verbo es otro
el verbo grita, aúlla
como un lobo vejado
por los hombres domésticos
eléctrico relámpago del alma
devastando su noche entre las teclas
cómo decir lo que sólo
de hacerse puede en hechos
cómo escribir si ya no quedan actos
si se ha muerto el corazón de la poesía
en el centro mismo de su pecho
II
“Padre mío por qué me desamparas"
cual padre
de cual hijo
qué sacrifico en siglos
qué coronación de fosas esta historia
qué burla redundando el polvo de sus mártires
a qué seguir la línea
entre dos fechas
III
cómo hemos logrado
de esta tierra tan prójima
un mundo tan ajeno
que todo ya es destierro
Solo un barco en el medio
de la niebla del tiempo
me mira invitándome al naufragio
Soy el barco, soy la náufraga
ese fantasma vivo
de sepia inagotable.
Cuánto tiempo ha de pasar
cuántas generaciones
verán reír al necio
repetido en los pueblos
que consagran
su voluntad anémica
al dios pater.
IV
Llorar los ríos, el mar
¿no lo han notado?
es la más pura metáfora del llanto
y las montañas ...
la soledad del alma sin más ecos
que la quena del viento
que la arrulla en su pena
no hemos visto las señales en los pájaros
no hemos dejado lágrimas caer en los torrentes
no pudimos unirnos a esta humildad de hierba
que circunda los llanos.
Qué hemos visto de la tierra
qué símbolo nos une a las cuatro estaciones.
Florecer y morir, abrir la copa
encapullar el cuerpo en un común abrazo
Nada ya es suficiente ni este azul paralelo
ni este amarillo escándalo que enamoró al poeta
el doliente amador de los campos de trigo
y el girasol que sangra.
O la blanca poética de las moradas últimas
donde todo se limpia en la gran perla antártica.
Hemos asfixiado de espejismos
la inocente verdad del paraíso.
MARTHA OLIVERI
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