Porque etéreas corrientes, manantiales, y lloviznas, me envuelven en tus lívidas fases del inmensurable e infinito amanecer,
porque amo tus caricias y sonrientes ocasos en el húmedo crepúsculo de tu impetuoso atardecer.
Porque he pernoctado en el dorso de tus labios y en el mágico sopor de tus acuosos brazos, acurrucada en el atril de tu brisa enamorada, inmersa en el juego de tus suaves y misteriosos ríos.
Te he amado desde la brisa de tus ojos tristes, serenos y lluviosos,
pero también te he odiado cuando mi sed de amar se ahoga en los mares de tu olvido.
Te he amado en tus lluviosas y copiosas tormentas, en tus borrascas y la plateada humedad de tus surcos blanquecinos, que me lloran y se mojan en el placer de mi alma enamorada.
Te he mirado a los ojos como miran las ninfas a sus lagos, después de bañarme en el cristal de tu mirar dulce y amoroso.
He derretido los témpanos de hielo y he sucumbido a la loca pasión de tu inefable mirada enamorada.
Ya es tiempo amor mío de mirarnos sin olvido.
Como se miran los ángeles del cielo, porque eres eterna lujuria en el mar de mis flores vivas y mis limpidas estrellas, porque te amo en el tinte de tus líquidos besares,
porque he andado sobre ti, como tu musa, por siempre enamorada.
Porque somos luz en el glorioso tiempo de nuestras vidas cruzadas,
porque nos amamos en el sublime dorso del eterno e inefable tiempo de nuestras vidas, cobijadas por nuestro amor enamorado.
Porque somos eterna primavera en el estío de nuestro fértil otoño, bañado por tu entrega y la mía.
Hortencia Aguilar Herrera -México-
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