Abrí la puerta. Todo estaba oscuro. Olía a humedad. Tanteé la pared buscando el interruptor de la luz.
De pronto en el piso alto se encendió una luz. Una alargada sombra se proyectó en el techo. Siguiéndola avancé unos pasos en la oscuridad. Tropecé con algo y caí al suelo. Algo mojó mis manos. Conseguí levantarme. Al mirar al techo ya no estaba la sombra, ni tampoco la luz.
Giré en redondo pero no vi más que oscuridad. Seguí sin encontrar el interruptor. Busqué en mis bolsillos un mechero o unas cerillas. Eché ambas cosas en ellos al salir de casa. Pero en los bolsillos no estaban. Quizás los guardé en otro sitio. ¿Dónde? ¿Cuándo?
Poco a poco mis ojos se acostumbraban a la oscuridad. Distinguí un bulto en el suelo rodeado por una gran mancha. Miré mis manos. Las tenía manchadas de algo pegajoso. Aunque iba viendo algo solo la luz aclararía mis dudas.
¿Dónde estaría el interruptor? Siempre estaban cerca de las puertas. Tenía que retroceder. Cuando iniciaba el retroceso de nuevo una luz se encendió en el piso alto y un par de sombras cruzaron de un lado a otro en una danza frenética.
Dudé en avanzar hacia la escalera o retroceder hacia la puerta. Ese momento de duda fue decisivo porque desaparecieron la luz y las sombras.
Avancé hacia la escalera. Cuando llegué a ella vi que faltaban los dos primeros escalones. Salté al tercer escalón. Desde allí descubrí que faltaban más escalones. De repente alguien o algo empezó a moverla. A punto estuve de caer. Afortunadamente logré agarrarme al pasamano con las dos manos. Cesó el movimiento y eso me permitió subir varios peldaños. Ya estaba casi arriba cuando una fuerte luz me cegó. Al cubrirme los ojos solté el pasamano. Sentí que algo o alguien me empujaba. Caí al vacío.
JOSÉ LUIS RUBIO
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