La puerta del dormitorio se abrió sin ruido y el hombre, después de atravesarla con éxito, dio los primeros pasos sobre la alfombra, los ojos bien abiertos, más que nada para no caer en alguna trampa que el bosque pudiese haberle preparado. Ya con unas cuantas horas de caminata sobre el lomo, levantó la cabeza y observó el empapelado en las paredes. La mirada le sirvió, entre otras cosas, para identificar a su derecha una rajadura y entonces calculó que, de seguir con ese ritmo de marcha, llegaría al valle poco antes del amanecer y allí podría descansar y recuperar energías. Entusiasmado al imaginar la meta, no se detuvo, más bien todo lo contrario. En una zona especialmente trabajosa, mientras manoteaba con fuerza para abrirse paso entre la vegetación, advirtió que por suerte la luz del velador, que alguien había dejado encendida, lo ayudaba a guiarse entre los árboles y las plantas, que parecían cubrirlo todo, salvo ese caminito que ahora él pisaba con un entusiasmo renovado y que poco a poco iba dejando atrás, al igual que iba dejando atrás la pesadilla en la que él mismo se veía envuelto en una especie de follaje que se le había metido en la habitación, del que sólo se podría librar si lograba atravesar una puerta que veía de reojo.
Mario Capasso
Publicado en Estrellas poéticas 59
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