Cenizas calientes
esparcidas por los suelos,
dejando un desolador rastro de derrota
con una tediosa atmósfera sulfúrea.
El aire lloró su ausencia
huérfano de palabras llevaderas.
Miles de escamas de plata
dibujaban un mapa alentador,
cediendo su brillo a la oscuridad
que latía y exhalaba esperanza.
Al fondo su alma jadeaba,
oculta en el último rayo de luz,
un sueño olvidado esperaba
que colmara su médula de savia.
La alfombra gris de rojo quedaba,
un sofocante calor la cueva encendía,
el alma del fondo gritaba.
Sus ojos se abrían buscando las llamas,
las cenizas candentes se alzaban
y en pleno alarido de rabia
tomó forma de águila.
Sus plumas de fuego,
sus ojos con lágrimas,
perlas de sal que sanaban
a cambio de sueños sin alba.
Renacía llorando oculto en sus versos
dolor que nadie sabía,
dolor que el callaba.
Sus lágrimas son versos
que empapan su almohada,
llegó de otro tiempo
montado en sus sueños
y en sus sueños su alma se escapa.
José Manuel Barello
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