AUNQUE AHORA ESTOY AQUÍ, caballo desbocado,
unicornio arremetiendo contra la doncella
(ojos inyectados de luz enloquecida,
belfos oscurecidos por espumarajos blancos.)
Yo vengo de la sal, del oleaje turbio,
de la palmera rota por el hacha de la ira.
Vengo de la calle soleada, de los techos de teja rota,
de la casa derruida por el odio.
Flores envenenadas arden, cenizas mustias gimen
en la llaga que aún no cicatriza.
Ahora estoy aquí,
sonido luminoso acariciando la ciega flor del mediodía,
cristal mojado frente al viento que ulula,
brama: dragón herido por la espada.
Sobrevivo como hierba en los breñales.
Trébol de cuatro hojas en medio del asfalto
me entrego al mundo con una sonrisa desnuda de intenciones.
(Esa muchacha escucha la campanada azul de la fortuna:
un cuadro de Tamayo arde como una roja estrella,
el muro amarillo ciega a la mujer
atrapada por el trazo firme de la mano.
La espátula del Amor se apoya en el matiz rosáceo.
El ojo brilla, fulgores de espuma nacen del iris,
grano de trigo en tierra fértil.
Esa muchacha es una pluma de ángel
sentado en la cresta de la sangre caliente,
oscura furia sacudiendo mi desolación.
Soy el Personaje en rosa tocado con un sombrero de silencio,
mientras un viento rojo simula ser el marco
donde mi piel se incendia.)
Ahora estoy aquí, me digo,
entre el delirio de la luz. Me esponjo
como un gorrión que busca las manos cálidas del día.
Estoy aquí, como metal ardiendo
para forjar el nuevo corazón de Comitán.
El coletazo artero de la melancolía me doblega:
ahora la ciudad se abre paso con su alarido de sirenas,
resbala y crece por mi frente
con sus edificios temblando ante el relámpago del miedo.
Se desangra la ciudad por la garganta abierta del dolor.
Se deshoja la ciudad, margarita en medio del océano.
Dulcísima ciudad que zumba: colmena de luz desconcertada,
golondrina abatida por el escopetazo del terror.
La aljaba de mi canto chorrea la sorda sombra de los muertos.
Muerdo el durazno del llanto.
Me acurruco en la esquina de este verso.
Ahora los cipreses se esfuman entre la niebla.
Flota el vaho frío de la desazón.
Cuajarones de bruma desgarran el paisaje.
Lejos del tezontle,
lejos del escombro endurecido vengo.
Del oleaje torpe del asombro vengo,
como aquella adolescente contemplándose ante el espejo.
Y nadie, nada, sólo "la oculta soledad" había.
La memoria me doblega como la carga de leña
en la espalda del indígena.
Esqueletos, espinas ensombrecidas arrancan girones de penumbra.
Muerdo la manzana de la expiación.
El fulgor enloquece a la retina.
ÓSCAR WONG -México-
Publicado en La Biblioteca
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