El verso salpicó la sal
removiendo el aire de la salina
que vibró con las apasionadas
palabras de los poetas
que poco a poco envolvieron
todo el espacio del invisible
aroma y color del poema.
Después apareció la voz
melodiosa del violín
y de la guitarra.
Dos gritos distintos,
dos gritos palpitantes,
dos gritos vitalistas
llenos de amor y erotismo.
Tuve que marcharme, sin querer,
porque esta a gusto.
Me hubiera agradado acabar
la velada compartiendo
viandas, bebidas,
poemas y canciones
bajo la luz de las estrellas.
JOSÉ LUIS RUBIO
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