Leo y sonrío con la cita de Andrés Fornells, compañero de editorial: "¿Qué diferencia hay entre un escritor modesto y un escritor famoso? Pues que al escritor modesto lo leen por casualidad y al escritor famoso por una millonaria campaña de promoción"... Y reflexiono al respecto.
Si escritor modesto es aquel que no publica bestsellers, que cuando remite su manuscrito a una editorial corre el riesgo de que nadie le conteste o se lo devuelvan sin leerlo, que su libro no está en todas las librerías -a veces en ninguna-, que cuando lo pides fuera de tu entorno te ponen cara extraña, aseguran que resulta imposible conseguirlo o en el mejor de los casos que tardarán no menos de 15 días... Entonces lo reconozco: soy un escritor modesto. Pero por fortuna, también me siento un escritor feliz. Porque desde esa modestia, escribo lo que quiero, cuando quiero, donde quiero, como quiero y sobre todo para quien quiero, aunque en ocasiones sea solo para mí.
Además los escritores modestos tenemos otra virtud: la de valorar mucho más los pequeños apuntes que en ese ejercicio mágico de compartir nos regala la literatura. Y así, que un lector te cuente lo que ha sentido al leer tu obra, que puedas debatir con otro sobre el final de aquella novela o que un niño sonría en mis sesiones de cuentacuentos, sencillamente no tiene precio.
Por supuesto que estimo mucho el ánimo y la confianza de quienes, habiéndome leído, siguen apostando por mí. A todos ellos, mi más sincero agradecimiento, junto a un pequeño aviso: también me considero un escritor obstinado, por lo que -a pesar de algunas circunstancias- no dejaré de contar.
MANUEL CORTÉS BLANCO
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