Aquel hombre nos había engañado. Ya sospechamos
algo cuando los perros comenzaron a caer enfermos de
aquellos parásitos que eran como cucarachas. Sí, el hombre
escondía algo, no nos estaba diciendo toda la verdad.
Lo descubrimos al analizar su sangre. Su sangre estaba
tan degradada que había perdido el color rojo. Él la teñía
a propósito para que nadie se diera cuenta de la burla,
pero allí mismo, dentro de los tubos de ensayo, su sangre
lechosa y blanca, casi como semen, quedaba al descubierto.
No hubo explicación. La falta de colores no tiene explicación.
Simplemente no nos podemos fiar de alguien con la sangre
blanca. Habrá que tomar cartas en el asunto. Eso es todo.
Sibisse Rodríguez Sánchez -Oviedo-
Publicado en la revista Lamás Médula
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Hace 14 horas
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