Ya en el torreón, los Humanos que lo custodiaban sufrieron su maldita presencia, hasta que el propio Shelomó acudió a la fortaleza y descubrió la terrible razón por la que desaparecían sus hombres. Nunca hubo ni vencedor ni vencido en sus singulares batallas. A ambos, engendro y Humano, les sorprendió luchando el cataclismo de fuego y lluvia que sumergió a Chandigharán en la Noche de la Maldición.
¡Tanto tiempo sin probar la sabrosa carne! ¡Tanto tiempo sin beber la roja y deliciosa sangre! El engendro no conocía el miedo, pero temía a su enemigo. Volvió a olfatear el olor a vida y venció sus temores; comenzó a deslizarse escaleras abajo, precedido de un baboso líquido de olor punzante y corrosivo brotado de su infecta boca. La oscura baba gelatinosa, que descendía escaleras abajo, le ayudaba a desplazar su enorme mole viscosa, pero también erosionaba los peldaños. No era la primera vez que recorría las escaleras. Hubo un tiempo en que cientos de veces pretendió escapar de la torre, pero su indomable enemigo, su firme y persistente rival se lo impidió, forzándole a retroceder, a subir los desgastados escalones, obligándole a consumirse en lo alto del torreón, impidiendo que propagase su apestosa presencia. Aunque, a su vez, esa misma presencia en Chandigharán impedía que La Maldición fuese extirpada, que la yerma tierra volviese a ver a los Humanos trabajándola, luchando con ella para sacar adelante las cosechas, el ganado y tantas cosas que delatan la presencia de los hombres en un país.
Francisco Javier Illán Vivas -Murcia-España-
Publicado en la Biblioteca
No hay comentarios:
Publicar un comentario