Madre, siete espadas asientan
tu llaga,
a tu corazón dan roja azucena
ultra.
Rompen tu flor
siete, siete espadas.
¿Oyes? Oye, madre es tremendo
el espanto de estos cántaros.
¡Qué agonía para tus rosas!
¡Qué funeral!
Qué frontispicios lúgubres
para tu alma ya parda.
Un diario.
Siete estatuillas
en tu dolor.
Madre, allí estás; alternativamente
te repujan siete llagas.
Apenas, tus manos
pájaros ciegos
son trance de tul.
Estas son hiedras vívidas
que engrosan tu aliento
hastiado de tiempo
cansado;
dan huella
a tu tristeza infelice.
Son ecos.
En tu pecho, madre
aquí fecundan
en sagrada existencia
y se inflaman tardíos cielos
perdidos.
Madre, eres de mundo,
eres de mundo;
natural silencio.
Tu voz, solo en tu voz
rejuvenecen los orbes refulgentes:
ésta, este es
para mis noches girantes
mi sol.
Salve Dios tu nombre
de fecundo seno donde cada día
renace la fuente.
Salve tu regazo
engendrador de estrellas
que dan surco a mi hoz
esparcida sobre la soledad
que se asienta
en mis rocíos.
Tus llagas
in situ, madre, en tus llagas
dan señal senda:
o, bien el afán de las tardes
de frío...
O bien son esos garzones
que no ha diluido la lluvia
esa, esa, esa:
esa de etrebero azul azul.
ROSA CECILIA ABRIL GUZMÁN
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Hace 7 horas
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