Octavio Augusto grita en su trono, aúlla improperios contra su maldito general, Varo, que al frente de varias legiones ha sido derrotado y muerto junto a todas ellas, exterminado por los bárbaros. La Pax Augusta tiembla, los germanos amenazan las fronteras y la civilización romana no puede imponerse a esos hombres altos y rubios, vociferantes y salvajes que sólo conocen la religión de los druidas y el tribalismo.
Octavio Augusto exige con rapidez una venganza. Mira a su alrededor y ve a sus acompañantes: su hijastro Tiberio, de mirada soslayada y fría; a Calígula jugueteando cruelmente con un pobre gato; al estúpido de Claudio babeando de forma harto miserable... Ve a sus posibles sucesores, y a su esposa, Lyvia, flotando sobre todos ellos, con su sonrisa de esfinge.
“Varo, devuélveme a mis legiones”.
El Imperio tiembla en los cimientos. Nada es eterno y los bárbaros, a pesar de todo, tomarán el relevo.
Publicado por Francisco J. Segovia -Granada-
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Hace 20 horas
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