Al lado de un florido y exuberante vacío y ocioso pozo,
un oso hormiguero tarareaba una canción de amor no correspondido.
El oso hormiguero tenía tatuada en una pata las palabras “serás aire y solo sombras”.
En la otra,
una foto en la que el patito feo pisoteaba el cuello a la cigarra mientras gritaba:
“de parte de la hormiga”.
El pozo vacío,
hueco,
lleno de la vacía vida de los que se creen importantes,
con el paso de los años,
vio desfilar a su alrededor,
a toda velocidad,
coletas,
gafitas de empollona
y cubos de tiempo envueltos en ignorancia,
Todo entre humo de cigarrillos,
sexo barato,
y cercos de vasos de cerveza en la barra de cualquier bar.
Un día llegó
en el que de pronto,
sin querer y odiando los espejo,
el reloj de la vida dijo que habían pasado dieciocho años.
Y todo y nada era igual.
Y ocurrió que del fondo de lo que quedaba del pozo empezó a salir una especie de goma gruesa que parecía gotear alquitrán.
Una mezcla de alquitrán, legañas y arrugas como muslos de cangrejo que eran los resentimientos y el espejo de una vida pueril.
El patito feo, la cigarra, la hormiga y un cisne con rizos y ojos como puñales en un melón,
saltaron de pronto
mil kilómetro por encima del pozo,
a beber la luz del día.
El pozo seco se sorprendió porque él era el protagonista principal de la película.
Y lo sería siempre, decía.
Y solo era un arrugado pozo ciego de cal y de envidia,
de celos y de la desazón de quién lleva babas claveteadas como estacas en los párpados.
El oso hormiguero que no era,
ni oso
ni hormiguero
ni el testigo del gentío,
que solo era la prolongación de la caricia del tiempo,
supo cambiar la decepción y el hastío que decían que sería su vida,
las monedas arrugadas
que decían sería su vida,
por la pasión de la razón.
Y el exuberante y florido pozo fue sepultado cuando la verdad se hizo realidad:
El oso hormiguero no tenía tatuada en una pata “serás aire y solo sombra”
ni en la otra una foto en la que el patito feo pisoteaba el cuello a la cigarra mientras gritaba: “de parte de la hormiga”.
Si las calles supieran hablar pensaba.
Y como siempre,
en toda fábula el bueno es más y mejor que el cisne de los cuentos,
y el destino pone a cada arruga en su lugar.
GUILLLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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Hace 1 día
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