lunes, 21 de mayo de 2012

EL CUERVO

7 de octubre de 1849

Hace ya dos años de la muerte de mi Virginia. Pese a los esfuerzos por olvidarla la mezcla de drogas y alcohol no son suficientes, no logro apartarme su hermoso rostro de la mente.

Es una noche extrañamente calurosa para la época del año, lo que da lugar al molesto y pegajoso sudor que baña mi camisa.

Me acerco a la ventana y la abro de par en par, no noto ni la más insignificante brisa, la atmósfera a mi alrededor es angustiosa. El punzante dolor de cabeza que me acompaña desde hace días no desaparece. Veo caer una pluma negra a mi derecha. Ni rastro del dueño ¿Me estaré volviendo loco? Miro el cristal del ventanal, mis ojos empiezan a cambiar, se tornan amarillentos, salvajes. Mi cara se deforma. Caigo al suelo empujado por el espantoso dolor. Más plumas empiezan a aparecer como brotando de mi ser. Edgar desaparece y solo queda el cuervo. Nunca más.

Azahara Olmeda Erena (España)
Publicado en la revista digital Minatura 117

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