Bartolo era un solterón estrafalario y mitómano.
Yo le conocía porque frecuentaba el bar de la esquina de mi casa donde yo solía desayunar.
Siempre me lo encontraba allí, hablando de sus viajes a los confines de la Tierra, al Cosmos y otras fantasías sin fin.
Poco a poco fui cogiendo amistad con él. Lo escuchaba sin contradecir sus mentiras.
Ese día estaba, como de costumbre, sentado en la mesa contigua a la mía. Empezó a contarme que había encontrado un burro en el parque la noche anterior y que se lo había llevado a su casa.
El susodicho burro tenía alas y hablaba cinco idiomas.
Yo no pude contenerme y solté la carcajada, era muy fuerte la bula.
El no se inmutó.- Si no me crees, dijo, ven a mi casa y te lo presentaré. Porque además de burro es muy educado.
Yo, sin saber a donde quería llegar, lo seguí hasta su casa que estaba dos manzanas más abajo del bar.
Cuando llegamos a su casa y abrió la puerta ¡Sorpresa, sorpresa! Allí estaba el burro sentado en un sillón leyendo el periódico.
Por poco me caigo de culo. Bartolo me presentó al burro. Burro te presento a Belinda, Belinda aquí burro. -Se ve que no tenía nombre.
El burro me dio su pata y entonces vi sus alas.
No eran muy grandes sus alas, pero alas al fin y al cabo. Yo estaba muy sorprendida, Bartolo muy contento y el Burro con aire de superioridad dirigiéndose a Bartolo.
-Estoy esperando la paja, la alfalfa y una burra terrícola y... en vez de eso me traes un ejemplar que tiene de burra lo que yo de hombre.
- Yo traía una misión, siguió diciendo el burro, aparejarme con una burra terrenal, pero veo que en este planeta solo hay hombres ¡Puf! Arte menor. Y diciendo esto salió volando por la ventana.
Yo miré a Bartolo y este sonriente me dijo. Te das cuenta Belinda que todo lo que yo cuento es la pura verdad.
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