Aquel día vio completarse la metamorfosis que llevaba semanas percibiendo. Nada quedaba ya de la cordialidad inicial ni de los gestos amistosos dedicados al nuevo integrante del grupo: apenas empezó a elogiarle su jefe el carácter de sus ocho compañeros, sin excepción, inició un cambio irreversible.
Ninguno le saludó al llegar aquella mañana. Al principio le observaron de reojo. Una vez sentado, sus miradas, ya directas, se preñaron de odio y sus rostros, al unísono, se desfiguraron en un ademán inhumano de repugnancia y desprecio, provocándole un cruel desasosiego.
Antes de que pudiese dirigirse a ellos contempló horrorizado cómo los trajes de sus compañeros se desgarraban y mostraban alas donde debiera de haber brazos, troncos de denso plumaje y formidables patas de buitre con garras de oscuras uñas aceradas.
Azorado, instintivamente, se levantó corriendo y, buscando una salida rápida, se topó con una ventana y la abrió, en el mismo instante en el que se empezaban a batir ocho pares de potentes alas que arremolinaron violentamente el aire y provocaron su caída al vacío.
Mientras caía contempló con horror una confusión de alas, plumas y garras de quienes pugnaban por asomarse a la ventana por la que acaba de precipitarse. Y, justo antes de reventar contra el suelo, también pudo apreciar los rostros de aquella infame turba de arpías, las cuales observaban su descenso obscenamente satisfechas.
Víctor Alberto Fernández Álvarez (España)
Publicado en la revista digital Minatura 117
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Hace 1 día
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