Ruptura
Se me quebró (¿no es siempre de repente?)
el ánfora de Sèvres. Sobre el suelo,
tropel de alondras en frustrado vuelo,
cada fragmento es tulipán yacente.
Fatal rompecabezas, que el tridente
de vengativo dios de alma de hielo
desbarató; yo airado me rebelo
contra atropello tan malevolente.
No lo recompondré pieza por pieza.
Fue lo que fue; su singular belleza
quedaría en parodia, restaurada.
Quédese en mí en su estado primitivo.
Ánfora tú, perenne, y yo cautivo,
cual si no hubiera sucedido nada.
Agonía del verso
Era ciego. Sus ojos de poeta
le hablaban del clavel que no veía.
Sediento estaba, y pertinaz bebía,
en fuentes de oro, azules de violeta.
Sin bola de cristal, sin ser profeta,
optaba a lo ulterior, lo percibía.
Operaba un taller de alfarería
dentro de sí; la creación, su meta.
Subsistía hacia dentro, idea y llama,
plenitud de visión que se derrama
gentil, o en borbotones, hacia fuera.
Y llegó una mujer que, audaz, desnuda,
su recóndita orquesta dejó muda,
agostando su intensa primavera.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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Hace 14 horas
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