Este tren
Este tren que me lleva, que no tiene estaciones,
sólo atraviesa túneles, desconoce paisajes,
y voy solo en su extraño compartimento oscuro,
donde orfandad y tedio no cesan de agolparse.
Yo no compré billete, ¿quién me empujó a subirme,
y en qué punto, si llega, devendrá el desembarque?
Si es la barca de hierro de moderno Caronte,
¿no hay más almas que crucen a las puertas del Hades?
No recuerdo haber muerto; tal vez nadie revive
sus últimos momentos desde un futuro instante.
O tal vez no he vivido, siendo sólo una sombra,
un reflejo en el agua, o un rumor en el aire.
Es glacial el entorno, como cuando se cierran
definitivamente los ojos de la madre,
o interviene el invierno, con su garra de hielo,
rasgando alma y sentidos que abandonó la amante.
No entiendo este viaje, ni si tiene destino.
Quizá me espera el tajo siniestro del arcángel
que aparece en mis noches sin pronunciar palabra,
de actitud ominosa, y esgrimiendo un alfanje.
Cierro los ojos. Oigo tedioso el traqueteo
de las ruedas, narrando, monótono, incesante,
su poema de hierro. Pero no sé dormirme.
¿Seré el sueño en un cuento que nunca ha de contarse?
Muda palabra
Logras amordazarme, beso a beso,
y te converso sin hablar, vibrante,
palabra mía, muda, palpitante,
con que lo inconfesable te confieso.
Voy por tu piel de pétalo, regreso,
vuelvo a callejear, soy caminante
consciente de que lo único importante
no es la consecución, sino el proceso.
No sé de arte mayor, mejor lenguaje,
que escribir con los dedos un mensaje
capaz de estremecer, de subyugar.
Callen el ruiseñor y el estornino,
cálmese el viento, duérmase el molino;
tú y yo solos, amor, en el pinar.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO
Los Angeles, 15 de abril de 2011
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