Casi no sé quién eres
Casi no sé quién eres, y te quiero.
¿Es amar conocer? ¿Puede la idea
cantarle al corazón, para que vea
la verdad en la flecha del arquero?
Cuánto sabe de mí ese compañero
que comparte mis tardes por la aldea,
y yo sé tanto de él que me permea,
como a tierra sedienta el aguacero.
Mas nunca lo querré como ha llegado
tu vida a penetrarme, que embriagado
de un solo sorbo me dejó tu vista.
Si acaso un diablo rojo ha poseído
mis ámbitos de espíritu y sentido,
me abstengo de la opción del exorcista.
Va muriéndose el alma
Va muriéndose el alma que me diste
una mañana de olmos junto al río;
eras, más que mujer, escalofrío,
y en tu estremecimiento me encendiste.
El cántico del agua es de azul triste,
sobre un cielo invertido, tan vacío;
ahogados los rumores del gentío,
mi silencio es un grito que persiste.
¿Cómo has sobrevivido, si acarreo
tu alma sobre mis hombros? Su aleteo,
tan débil ya, no le permite huir.
¿Qué ofreces, pues, a quienes te fascinan?
¿Honda oquedad que apenas adivinan,
o una llegada a punto de partir?
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO
Los Angeles, 11 de abril de 2011
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