Sucedió una mañana de abrileño esplendor:
A mi puerta tocaron con premura.
Yo presurosa y anhelante abrí.
Era CUPIDO, de amor el portavoz,
quien en lúdico gesto, sibilino y sonriente,
sin consultar mis crípticos anhelos,
extrajo de su aljaba una saeta,
y veloz la clavó en mi corazón.
¿Sangró mi corazón por el flechazo?
No, galvanizado el sentimiento puro
sanó en el acto, agradecido en fe;
la que insufló en mi ser aquel intruso,
CUPIDO, el adorable quien me dio
¡la fuerza redentora, la que salva!
Esa fe salvadora, vibrante retornó,
y nuevos incentivos anidaron en mí;
regresaron la calma, la alegría de vivir
y en mi cielo brillaron estrellas palpitantes,
de nuevas esperanzas promisorias,
aquellas que nunca antes hubiese presentido
Desde aquel día luminoso me torné
en el más fuerte e invencible ser,
y me nombré SEÑORA CORAZÓN.
Mis pensiles de nidos se poblaron,
y se llenaron de arrullos amorosos;
por mi sangre febril navegaron rampantes
anhelos y pasiones de amores ignorados:
entonces me sentí la mujer más feliz:
comprensiva, indulgente, tolerante y dulce:
¡El milagro sagrado, el que al mundo redime,
se había dado en mi ser, porque allí esplendoroso,
absoluto y audaz habíase entronizado,
omnipresente y sacro, EL DIOS AMOR!
Poema del libro “Del crepúsculo a la alborada” de Leonora Acuña de Marmolejo
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