Llovió toda la noche.
Vi con mis propio ojos
la cegadora luz del rayo.
Oí con mis oídos cansados
el grito desgarrador del trueno.
Bajo una intensa lluvia
que el limpiaparabrisas
no alejaba del cristal
entré en el camino de tierra
ahora todo de barro.
De repente las ruedas delanteras
quedaron presas en un bache.
Aceleré para liberarlas
pero fue un gesto inútil.
Estaba atrapado en el barro
y donde estaba, en medio del campo,
y con aquel tiempo infernal
nadie se acercaría a ayudarme
porque además me olvidé el móvil.
Esperaría a que amainara la lluvia
para ver si empujando lograba
sacar las ruedas del bache.
¿Cuánto tendría que esperar?
El frío empezaba a apoderarse de mi cuerpo.
Anocheció y la batería se acabó.
Seguía lloviendo intensamente.
Nadie en el horizonte
y me estaba congelando.
No podía seguir allí más tiempo.
Desperté en una cama
del hospital con un gotero
sin sentir ni las manos ni los pies.
Enfrente los zapatos
y la ropa embarrada.
JOSÉ LUIS RUBIO
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