viernes, 2 de diciembre de 2016

PARA UNA MUCHACHA


Para una muchacha sentada sobre el malecón mientras Joao le muestra un
bajel llamado Manuela.
Los marinos asechan la ciudad desde el sopor de sus barcos, les acuna la gloria
del aburrimiento. Cruzo el malecón y mi boca aspira el aire de la desconfianza.
Yo miro a San Cristóbal desde los arrecifes. Me duelo por el retorno de furias
que no volvieron mientras los guijarros cavan orificios en mis piernas.
Los marinos me espían desde un barco llamado Manuela que por siempre
dormita junto al muelle. Jamás saldrán al mar y envidio esa dicha de viajeros
anclados, ellos fornican desde otra dimensión. Se elevan y aspiran un aire
cargado con gotas de salitre. Sus narices revientan de nostalgia.
Voy cada tarde al malecón a ejercitar mis nervios.
San Cristóbal pudiera ser una ciudad cualquiera, una más perdida entre los
enigmas de un atlas. Ella prefirió ser una perdurable mujer sin desflorar.
Alguien tatuó su alma con la mácula del atrevimiento como quien garrapatea
un códice insondable y luego lo confina en un ánfora que echa a flotar.
Desde entonces llaman Habana a esta suerte de virgen a la espera.
La sangre de mis piernas se escurre por entre los arrecifes y sigo maldiciendo
mi estirpe de viajera sin gloria que aspira un aire cargado con briznas de sal
mientras los marineros cierran por fin sus calzas y me saludan a lo lejos.
Les contesto desde otra dimensión.
Cada tarde espero que algún viajero llegue de repente luego de esa modorra
de viajero dichoso y abra las compuertas de mi Habana con el llavín de su
atrevimiento.

Yasmin Sierra -Cuba-
Publicado en la revista Oriflama 29

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