Tras leer las más de mil páginas del libro en menos de sesenta segundos X—C 513 se quedó estático. Durante varios minutos su cerebro cibernético dio miles de vueltas a lo que había leído. Luego proyectó ante sí una imagen holográfica de sí mismo y se contempló. Si hubiera tenido rasgos humanos su expresión sería entre pensativa y valorativa. Observó la holografía desde todos los ángulos, muy detenidamente: su brillante cuerpo era muy estilizado, si fuera humano sería extremadamente delgado. Su cabeza, alargada, terminaba en algo que bien podía parecer una barba. Los relieves en torso y extremidades semejaban a las partes de una armadura. De haber podido, el robot habría abierto los ojos como platos para expresar su sorpresa:
—Soy Don Quijote —dijo en un susurro infrasónico.
Y decidió, en ese instante, que debía vivir todas las aventuras del infortunado hidalgo.
Para su desgracia, X—C 513 eligió convertir en su fiel escudero al primer humano bajito y rechoncho que encontró: el ingeniero jefe del proyecto del que él mismo formaba parte quien, al darse cuenta de su delirio, dio orden inmediata de que “el señor Don Quijote de lata” fuera desconectado y reparado sin demora.
Un mes más tarde, X—C 513 fue nuevamente conectado.
—Ya no volverás a hacer cosas raras —comentó el ingeniero dándole un golpecito en la cabeza.
X—C 513 lo miró con su inmutable rostro y luego volvió a la habitual postura estática de espera.
Si el ingeniero hubiera sido capaz de escuchar infrasonidos, habría escuchado al robot murmurar:
—En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...
Dolo Espinosa —seud.— (España)
Publicado en la revista digital Minatura 153
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