Mis negras culebras dormían sobre la alfombra;
y la intranquilidad que de pronto se apoderó de ellas
llegó a mis trémulas historietas, donde el llanto por
emociones pasadas consiguiera nuevos triunfos.
La agitación de las finas bestias cobró forma
de un desvelo; la seda de sus pieles aquietó pausadamente
el nervioso moaré, y, ya de rodillas ante ellas,
en el silencio de la gran sala, sus ojos de vidrio traslucieron
el paisaje de su inquietud, bajo la tienda de un jefe
de rebeldes: los espejismos crepusculares danzaban
en el horizonte extrañas geometrías. Y una luna enorme
surgía, tambaleándose. Y sobre el insomnio
de las negras culebras que no supieron conservar tu manto,
el silencio pudo ser llenado con el chocar de tu cadenilla,
¡Salambó, Salambó!
HORACIO QUIROGA -Uruguay-
Publicado en la biblioteca de Marcelo Leites
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