“¡Parada en Las Tunas! ¡45 minutos!” proclama el chófer.
Atolondrados, los pasajeros se despabilan el sueño y calculan:
a Santiago llegaremos rayando la madrugada.
La nave Viazul vacía sus tripulantes en la estación callada.
El letargo se suma al de los asientos que esperan
la salida nocturna de los últimos trayectos.
Afuera en la intemperie kioskos fosforescentes
hacen su astral oferta de jamones y dulces.
Adentro en la cantina una cola de transeúntes
procura un negrísimo pocillo de 55 centavos.
Parejas habaneras toman turno en las cabinas
para discar a algún pariente su llegada tardía.
En la TV nerviosos comediantes cantinflescos
sopesan medidas a tomar en caso de sismo.
El episodio cederrista concluye en conga de carnaval,
a medianoche le prosigue una programación importada.
Una santiaguera venida a bien viaja con celulares y ipads.
Discreta retira sus aparatos para hacer conversa
con un guajiro de pava e indumentaria de labranza.
Hablan de cosechas, evocan los estragos de Sandy,
repasan noticias en común. Esplenden la espera.
Llaman al reabordaje. Un clan se reúne en cuadro
para una última foto de familia. Sus despedidas enfilan
camiones como zafiros gigantes en la cerrada noche.
César A. Salgado
Publicado en la revista Letras Salvajes 18
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