El césped despliega su más sana seda,
verdor que refulge entre estallidos de plata.
La ciudad entera se acoge al llamado:
adjurar, en su remanso, el invierno tan cruento.
Los paseantes de Seurat se trasladan con nosotros
en domingo hacia el parque a la hora de cierre.
Una familia bangladesí juega al tocopalo,
dos bahianos ensayan coreografías de capoeira
y jóvenes de negro lanzan entre sí un disco blanco:
todos son músicos que armonizan antes del concierto.
En metálicas torres los ejecutivos calculan
que tanta convivencia tolera un periódico precio,
que los rojos sangrientos de Bacon son hechos recurrentes,
que siempre un par de saltimbanquis de Picasso
terminan sin remedio desencajados en Guernicas.
Chicago en su asueto olvida con insolencia
el saldo reciente de la última masacre: Isla (no) Vista.
Una novia hindú desfila en cortejo ante la regia arquitectura
y todos los presentes rompemos en aplausos y vítores
contando con que esta noche un triunfal solo de flauta
acalle todos los chirriantes recuerdos de la guerra.
César A. Salgado
Publicado en la revista Letras Salvajes 18
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