Se ha presentado con su tridente
ante mis ojos con iris en agonía,
a recordarme antes de mi muerte
que tres pecados pagaría en vida,
de lo contrario estaría condenado
a las llamas crueles del infierno.
El primero fue por haber amado
a una mujer que huía de otro lecho,
el segundo por guardar atesorado
sus caricias, sus miradas y sus besos
y el tercero por llevarme al otro lado
su recuerdo simulando ser mi cielo.
Dije: ¡Oh vil príncipe de este averno!
esas deudas con creces he saldado,
ya que por necio su alma y cuerpo
con un adiós ayer, los he liberado.
Entonces...¿a qué he de temerle?
si tú no me aseguras reencuentros,
deja que se calcine mi ser inerte
en estos últimos y lujuriosos sueños.
Ramón Pablo Ayala (Argentina)
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