Nunca llegó a sospechar que le pudiera pasar a ella. Por mucho que lo había visto en películas o lo contaban los periódicos de sucesos. Como cada noche, llegó tarde de su trabajo, tanteó a oscuras en el portal en busca del interruptor de la luz. No funcionaba. Al fondo, se veía un tenue reflejo procedente del ascensor que duró un instante. Estaba completamente a oscuras. Fue palpando la pared, fijándose en el botón rojo del ascensor como referencia. Pero también acabó por apagarse. Llegó al límite del tabique. Encontró otro interruptor. Lo accionó y esta vez se encendieron todas las luces del largo pasillo. Respiró aliviada. Pero al volver la vista atrás, hacía la puerta de entrada, no pudo evitar sobresaltarse. Frente a ella, con sádica sonrisa, se topó con un hombre que la nombró con interrogación.
- Sí, soy yo –contestó asustada.
El hombre alargó su mano y, sin cambiar el gesto, le entregó una notificación de Hacienda.
ISIDORO IRROCA
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