Tomaba un café en la terraza del bar
viendo pasar a jóvenes apresurados,
a niños juguetones que corrían
de sus padres que les gritaban enfadados.
Pensé lo diferentes que somos
en el exterior y en el interior;
en el decir y en el pensar;
en odiar y en amar.
Algunos conocidos me saludaban,
otros se paraban a comentar
los últimos sucesos de la ciudad,
otros por mis versos me felicitaban.
El tiempo se me fue volando.
Una ligera lluvia me sacó
de mi ensimismamiento
y a la realidad me devolvió.
La calle desierta quedó.
Ya no corrían los niños.
Ya no pasaban jóvenes.
Ya en el bar solo estaba yo.
JOSÉ LUIS RUBIO
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