En el cuarto
iluminado solamente
por las velas
veíanse los libros
apilados de magia
hechizos y sortilegios.
El sombrero
de la bruja
les hacía compañía
y su escoba
descansando al costado
de la puerta.
El alto sillón
cual un trono
se erguía
majestuoso, sublime
y mullido
donde la hechicera
se sentaba a estudiar
sus conjuros
dejando escapar sus risotadas.
Y su gato
sigiloso vigilaba
mientras su ama
se despertaba
cuando el reloj
las doce marcaba
y era la hora
en que la maga
se levantaba
en aquel recinto
cuajado de luces
hechiceras y mágicas.
Diana Chedel -Argentina-
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