El pasado 10 de noviembre, el indocente Ramón Luque presentó su libro Coro Angelical. Estás fueron sus palabras en esa presentación.
Buenas noches:
Realmente, escuchando la calidez de tu voz y de tus razones, tengo ahora mismo la sensación de que ha hablado un ángel. Gracias, Blanca. Cuando decidí pedirte que presentaras este libro sabía que no me equivocaba. Preciosas palabras, de verdad. Y puestos a dar las gracias, seguir con Jesús de Mula, que está aquí a mi derecha. Él ha sabido interpretar a la perfección el sentido de mis versos y con un simple trazo, como si fuese el hilo de un ovillo de lana negra que cae al suelo y se desparrama y enreda en múltiples formas, ha conseguido encontrar y hacer visible el alma de todos los angelitos que conforman este CORO ANGELICAL. Sin lugar a dudas un gran trabajo, una pequeña obra de arte que ha servido para realzar y hacer bello este libro de versos. Dar las gracias también al profesor Hernández, que con tanta sabiduría y humanidad dirige el CLUB DE LAS LETRAS de la Universidad de Cádiz, por la entrañable presentación que ha escrito para esta obra. Y cómo no, dar las gracias a mis hijas que de tan buena fe se han avenido a participar en este acto, venciendo para ello esa cierta vergüenza propia de la edad. Gracias también Manuel Muñoz Belizón, que cantará un villancico junto con mi hija Pilar, y al grupo de niños que darán vida a estos poemas con sus gestos y voces. Son Celia, Jesús, Elena, Claudia y Miguel. Ya lo hicieron también hace cuatro años, y ahora, aunque ha pasado el tiempo y ya más que angelitos son casi arcángeles, han querido estar al lado de su señorita Ernestina, es mi mujer, en un momento tan especial. Y, finalmente, dar las gracias a ella, Ernest para los amigos, que ha planificado y previsto cada momento de este evento. Y cómo no, a todos ustedes, amigos y amigas, por arroparme una vez más en la presentación de un nuevo libro.
Mientras preparaba estos palabras me surgió una pregunta: ¿Por qué este libro y no otro? Todos los que escribimos poesía tenemos en el cajón o en el disco duro del ordenador un montón de poemas. De habérmelo propuesto, bastantes más libros y de temas muy variados podíamos estar ahora presentando. Un motivo creo que fue el tratar de reflejar en unos versos muy sencillos, casi desnudos de retórica y recursos literarios, todas esas emociones navideñas que hemos vivido de pequeños en torno a una mesa familiar repleta de polvorones y pestiños, y también de mucho amor desinteresado.
Sin embargo, el verdadero motivo de este poemario es rendir tributo a algunos ángeles que se me acercaron y me empujaron a escribirlo y publicarlo.
Hace un par de años, próxima la Navidad, me llegué una tarde a Chiclana. Acudí a ver a mi amiga Pepa Tocino, que estaba muy enferma. Muy poco después moriría. Aquella tarde, entre las risas de ella y mis versos, Pepa me porfió repetidamente que publicase este CORO ANGELICAL. Ya verás, me dijo, como tiene mucho éxito. La insistencia de sus palabras me convenció para emprender la aventura que llevaría al lugar donde hoy estamos. Sin sus palabras de aliento es muy probable que no estuviéramos aquí. Y es que Pepa, de verdad, era un ángel. En ella convergían muchas de las cualidades que son atribuidas a estos seres celestiales: una luz propia, el brillo de los grandes de corazón, alegría desbordada, entusiasmo por la vida y las cosas, gran empatía con los demás y una chispa personal capaz de hacer felices a todos los que la rodeaban. Pepa no era creyente, pero tenía un espíritu repleto de buenas cualidades. Muchas de ellas están revoloteando en estos versos. Como ella, los angelitos que pueblan el libro son simpáticos y divertidos.
Otro ángel fue también Mª Felisa Sánchez. Ella actuó de cicerone cuando hace ya un montón de años me llevó a la Asociación de Belenistas de Jerez, que por aquel entonces organizaba cada mes de diciembre una velada poética dedicada a la Navidad. Muchos de los versos que he escrito sobre este tema tuvieron su origen en aquellos recitales que hoy por desgracia han desaparecido. El primer año fueron dos, seis más al año siguiente y después, muy poco a poco, el libro. María Felisa, al igual que Pepa, fue maestra, aunque en este caso era una persona muy creyente. Dotada de grandes cualidades personales, nunca en los años que la traté le vi un enfado o un mal gesto. Siempre tuvo una sonrisa y una frase cariñosa por respuesta; la bondad, como en el caso de Pepa, fue su tarjeta de presentación.
Las dos fueron dos grandes ángeles en vida. Todos lo somos alguna vez: durante nuestra infancia. Lo que pasa es que la mayoría, poco a poco, vamos perdiendo las plumas de nuestras alas con esas primeras mentirijillas y desengaños, y con esta pérdida se va alejando la inocencia, aunque siempre se nos queda, perdido entre los pliegues del alma, el corazón de aquel angelito que fuimos. A veces se nos queda mirando sorprendido sin comprender por qué hacemos tal o cual cosa. Él no sabe de los vaivenes de la juventud ni de las exigencias de la vida, las tensiones que nos producen el trabajo, las crisis de la edad, la hipoteca y la crianza de los hijos… Con suerte y con el paso de los años, en la tercera edad que se dice, vamos recuperando aquel estado de inocencia o de sabiduría en el que vivimos de pequeños y podemos volver a ser ángeles. También hay personas que conservan sus alas toda la vida. Mi abuela Paca, por nada del mundo quería dejar hoy de mencionarla, fue otro ángel toda su vida. Siempre estuvo revestida de una gran fortaleza moral. Su humildad, que no era otra cosa que la sencillez de espíritu de las buenas personas, iluminó la vida de todos los suyos. Siempre fue para mí una referencia y un modelo a imitar. Parte de lo que soy es gracias a su amor callado y desinteresado. Por eso estos angelitos son valientes, honestos y muy cariñosos, como ella. Su alma, como las de Pepa y María Felisa, está en estos versos.
Los ángeles existen. Los libros sagrados de varias religiones los mencionan y describen. En el “Evangelio armenio de la infancia” se lee: Una columna de vapor ardiente se erguía sobre la caverna, y una nube luminosa la cubría. Y se dejaba oír el coro de los seres incorporales, ángeles sublimes y espíritus celestes que, entonando sus cánticos, hacían resonar incesantemente sus voces, y glorificaban al Altísimo. Los ángeles existen. Eso afirmo en la contraportada del libro que estamos presentando. Siempre lo son los niños, a ellos y a su capacidad de creer en los milagros van dedicados estos versos. Yo he tenido la suerte por mi trabajo de convivir con ellos diariamente y durante muchos años. Una suerte porque su gracia y espontaneidad siempre son un estímulo para trabajar y hacerlo bien. Su educación así lo exige. Cuánto se aprende de ellos.
Por último, comentar que con estos poemas he pretendido que su lectura nos lleve por un sendero en el que residen los sentimientos más primarios y auténticos, como el título y contenidos de los poemas que estamos presentando. La Navidad nos ofrece siempre experiencias inolvidables que cada año se repiten con el sólo objeto de ilusionarnos el corazón. Una ilusión (o ilusiones porque son múltiples) que espero lleguen a sentir todas aquellas personas (no hay que ser niño para hacerlo) que se atrevan a adentrarse por las partituras de versos que conforman este “Coro Angelical”.
Muchas gracias.
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