DEBUT INOCUO
“Yo tan sólo quince años tenía.” Debut
inocuo. Un privilegio desusado. Ella, treinta: Rosa, se llamaba. La panza alta, llamativa. Aparte de eso, flaquita. Montón
puntual. Soy el elegido. Me pregunta por Álvarez Thomas, la avenida. Ni siquiera
sabía yo a cuántas cuadras. Le miro la pechuga. Indico para allá, me atosiga, que si tengo tiempo la acompañe. A cincuenta
metros le soy muy simpático. Es baja y viste mameluco. Me digo sonreí, pero no me sale; me digo para qué. Articulo
las dos sílabas de mi apodo, le da risa, a ella la nombran por el diminutivo. Julio no habrá entendido, ni le dije chau, ella tiene unas orejitas... Me raptó como a un recién nacido y es cierto: soy virgen; huele bien, fresca, eso es importante; virgen hasta la re-médula
soy; Rosa, Rosita, conmigo en el zaguán pasando Álvarez Thomas. Ni a bailar fui nunca, yo estudio, con sus manos
en el cierre de mi vaquero, este año termino cuarto, me besa los párpados, me inclina, me inclino. Julio no habrá entendido cuando lo dejé, ella se agacha y ahora me besa el bulto, analista de sistemas
voy a ser. Qué sortilegio, dura la panza, no anocheció del todo, qué lengua
la loca; ¿pero en el caserón no vive nadie más?, me entero, observo; me voy a encamar con esta embarazada; le digo, no le digo, le digo de mi condición: exclama
mejor y iupi. No está triste, esta mujer no está triste para nada, no sufre, no me mortifica; vive aquí, aquí nació, su hermano falleció en esta cama que cruje. Me desnuda, la toqueteo mientras lo hace. Decime Rosita, no, qué marido, ningún marido;
hablo sin mentar, hablo para adelante; pibe lindo, preñada por un forajido, soy
la más alcanzable trotamundos. Tengo fecha para sesenta días, estoy inspirada, me lo elegí sutil, un arbolito fino y colorado,
por el barrio. Ya sé, tía Fernanda, te mudaste por mí, vivís como la mona, con esa pelambrera fantástica no me recuerda a ninguno y me olvida de todos; dentro de sesenta días le voy a decir, tía Fernanda, perdoname,
la prima de mi padre. Me saco todo, le enseño, le muestro: a lo perro, domingo lerdo, me lo apoya, el slip se lo mandé al carajo.
Ser contemplada, creer, mi tía y yo. Lunguito mío, estrecho tórax
ceruminoso; ganas de cantar, de gritar, de aplaudir, de explotar; insisto con los chupones, que dure caliente, con regularidad, así, ¿ves?, se hace, yo quiero un novio, una me lo expropió; se distrae con el ombligo, despacio y rápido, lo que vos pesques, el mordisqueo en la nuca, vulgar pero no insípida; los expertos me han hecho mal, la clepsidra me emborracha,
me muevo poco, me muevo poco. Disculpame,
se sale. Julio va a pensar que exagero, él se quedó de araca, resbala, inocuo es esto; ni siento, no llego, me pone nervioso este festín; nunca concerté
una cita, me desorienta, me habla, seguí, seguí, sigo pero así no va, dale, con fuerza, embestime, estoy empantanado; sostenete con una mano, dame la otra, ponela acá, preferiría, ya sé, ya sé, ahí va mejor, aguantá, aguantá, esta cama, eyacular, un dos tres para siempre otra vez, así, queridito, muy bien; sólo bien (siendo generosos), pero te lo agradezco.
Rosa: te agradezco este debut, aquel debut. ¡Ah!, y tacho “inocuo”.
Del libro Historietas del amor de ROLANDO REVAGLIATTI -Argentina-
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Hace 9 horas
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