Felipe IV (En la Plaza de Oriente)
Vale más el caballo que el jinete,
en su arranque de salto hacia una altura
que no alcanzó el monarca. Se apresura
a periplo estelar, sin que lo inquiete
carencia de alas, súbito cohete
bajo la propulsión de audaz locura.
El rey es el poder que se fractura,
su gobierno crepúsculo y templete.
El alazán es puro dinamismo,
con sueños de aventura, de heroísmo,
a los que a punto está de despegar.
Merece un paladín sobre la silla,
capitán de Aragón o de Castilla,
no un príncipe incapaz de gobernar.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Angeles-
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