Sea pues, la voluntad que os plazca
aquella que queráis que me contenga,
cuando el hierro solicita plaza
encerrado en vaina siniestra,
entended que el filo no ama
siquiera al corazón que atraviesa,
entiendo así vuestras palabras
que aman aunque me hieran.
Pero antes, concédame la gracia
al que vuestras pupilas invitan
de cederme un beso en la alborada
y por honor, negar tal conquista
porque, antes que mi lengua lo contara
así, mi boca, la cercenaría.
Y quiera Dios mi pronta muerte
si la muerte así quisiera
para renacer en tu simiente
si sois vos quien me dé a la tierra
por seros fiel de modo inconsciente
como quien os desmereciera.
Morir... ¡oh, dicha que no llega!,
tomad la cruz de mi espada
si su punta no me besa
en este pecho, ya sin sustancia
y tras vuestras prendas descubierta,
sea así mi triste mortaja
la vaina que vuestro torso encierra
y dadme ese beso de desesperanza
pero, simulad cumplir vuestra promesa.
Luis Maria Saiz Laso
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