Oiga usted:
A tientas converso con mi memoria. Repaso, repaso y repeso.
A tientas mis huesos se acomodan y mi corazón, también.
Pero mi rencor crece. El vacío que deja la abundancia es más oscuro.
Allá fui feliz. Tan placentera la cocina. El cazar moscas con las manos.
El descubrir paisajes. Ver pastar los antílopes. Mirar los nevados.
Recoger la arena amarilla que espolvorea la luna.
Oiga usted:
Acá todo es suplicio. Lo único grato que se filtra es la esperanza.
A pesar de la marca que el hierro rojo me tatuó en el hombro.
A pesar de que no valgo nada para mí misma y para el universo.
Pienso en ti. Abro mi boca y mis oídos con fuerza para sujetarte.
Avivo tu resplandor, la ceniza de mis muertos, mis dioses y tus maravillas.
África, campana que no deja de tañer para que te reinvente.
BOZAL me han llamado. Por forastera o por hablar como un responso.
O porque soy perro. O porque piensan que tengo el alma muerta.
Entiendo que desde ya, la segregación será para nosotros otro hierro.
Llovió toda la noche. Los espíritus marcaron el compás de las gotas.
Tomé prestada su música y lloré con ella mientras cantaba.
Pero al amanecer vi el primer arco iris en esta nueva tierra.
Está cantado: erigiré otra África. Por eso guardé en mi pelo las semillas.
Ellas brotarán para ser huertos y bosques junto a mis cenizas.
Éste es mi desafío. Sus ramajes llamarán al viento y llenarán tanto vacío.
La brasa de mi hombro ha lanzado su ancla por 400 años.
Mi ansiedad deberá aguardar, eso y otro tanto.
Mientras 20 millones de mis hermanos rieguen sus huesos.
Entonces saldré del barracón brutal o del palenque.
A pronunciar mi primera palabra. A recobrar mi sombra.
A lamer el rocío en la mañana de mi resurrección.
Jaime Arturo Martínez Salgado.
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