Soportar el dolor sin hacer nada,
sin gemir, sin gritar, sin dejar huella,
no combatir al arma que hace mella
en la inocente carne enamorada.
No esgrimir, ni insinuar una mirada
que predisponga acaso a una querella,
tragar la hiel como a una cosa bella
y al vinagre cual fruta edulcorada.
Saber muy bien que pasarán veranos
y anécdota será la horrible suerte
que le tocó vivir al pecho herido.
Dejar que el tiempo llegue con sus manos,
en una de ellas: la terrible muerte;
en otra de ellas: el piadoso olvido.
Marcelo Galiano. Argentina
Publicado en la revista Oriflama 18
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