En el reverbero de enero acogí la calma de la ausencia con garras de algodón.
En el cierzo de febrero la huella de los días suspiraron flores de agua.
En las praderas de marzo suspiré con voz de hiedra y humo.
En las colinas de abril fui coraje y un corazón tendido a los dedos de la multitud.
En las cordilleras de mayo fui golondrinas brotando de tu pecho.
En los augurios de junio fui la espuma que sobrepasa los acantilados.
En los fiordos de julio fui un socavón espiando entre las ráfagas del viento.
En las calas de agosto fui la escarcha de la amarga hierba.
En los lagos de septiembre un camino de hierro recorrió mi efigie.
En los oteros de octubre te idolatré como a una deidad aleve.
En las serranías de noviembre las risas habitaban una casa que no era suya.
En el vislumbre de diciembre la sed se hizo mar.
GUILLERMO JIMÉNEZ FERNÁNDEZ -Mérida-
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