La máquina de vapor
Todas las noches, en el fastuoso castillo victoriano se escuchaba el incesante ruido de una locomotora. Muchos creían que allí se estaba fabricando un tren que daría vida a la antigua y, desde hacía tiempo, abandonada vía que unía el castillo al pueblo. Grandes cantidades de carbón se llevaban cada día, para poder darle vida a esa enorme máquina.
Uno de los días de las entregas, ocurrió algo extraño. El carbonero llamó a la puerta del castillo, como de costumbre, pero esa vez, en lugar de ser atendido por los corpulentos hombres llenos de hollín que solían recibir la mercancía, se encontró que la puerta estaba abierta. Llamó primero, pero luego, al no recibir respuesta, decidió adentrarse por las estancias y buscar a alguien que si hiciese cargo de la entrega. Sin embargo, en lugar de eso, se topó con la imponente máquina de vapor. Un artefacto gigantesco del que salían, al igual que aterradores tentáculos, centenares de mangueras que parecían conducir el vapor generado por la locomotora hacia unas cabinas completamente selladas.
El carbonero no pudo ver lo que contenían, pero imaginó que cada cápsula encerraba el cuerpo de una persona, muerta quizás, pero que gracias al vapor de la máquina seguía manteniéndose viva de algún modo. Tuvo miedo de sus sospechas, pero, aun así, decidió dejar el carbón y regresar más tarde para cobrar por la entrega y, de paso, investigar lo que estaba ocurriendo en el castillo.
De vuelta al lugar, se volvió a cruzar con los hombres que habitualmente solían atenderle. Estos lo invitaron a entrar. Una vez en el interior, le dijeron que ya estaban al corriente de lo que había pasado, de su descubrimiento, y del por qué había regresado. El carbonero se asustó, temiendo que algo malo le iban a hacer, pero en lugar de eso, los hombres le explicaron que sus sospechas eran en parte ciertas y en parte no. Le contaron que la locomotora, como él justamente había imaginado, suministraba vapor a las múltiples cápsulas selladas, y que si en verdad quería saber para qué servían dichas cápsulas, que tuviera el valor de meterse en una de ellas y averiguarlo por sí mismo.
El carbonero aceptó. Los hombres lo prepararon y lo encerraron en una de las cabinas y, allí dentro y bajo el efecto del vapor producido por la máquina, entró en una especie de trance durante el cual fue capaz de leer en la mente tanto de los vivos como de los muertos y saber qué pensaban y qué deseaban.
Todo eso le pareció fascinante y no tardó, a su regreso al pueblo, en ir a contarlo a todo el mundo, pero casi nadie le creyó.
Los más escépticos decidieron comprobarlo en persona y se dirigieron al castillo, pero allí, los hombres que los atendieron les dijeron que aquella era una patraña, que tal cantidad de carbón simplemente servía para mantener caliente las inmensas estancias del castillo y que eso se conseguía gracias a una maquinaria capaz de producir gran cantidad de vapor.
Jaime Melendez Medina(México)
Publicado en la revista digital Minatura 116
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Hace 8 horas
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